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Novoa, el escapista

Fecha Publicación: 01/06/2024 - 20:10
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La semana pasada presenté “El escapista”, la nouvelle póstuma de mi hermano Pedro Novoa, quien fuera columnista de este diario. “Prometeo era escapista para que yo también lo sea”, escribe el narrador como quien lanza una señal para advertirnos frente a qué estamos.

Pienso que se trata de un ajuste de cuentas, por eso no deja de citar hechos que nos devuelven a un ejercicio que sobresale como lo mejor de la autoficción; se trata de una obra premonitoria y de absoluta sabiduría: “Quizá lo trascendente de la épica humana se encuentre a dos pasos de una muerte verdadera y no del simulacro verbal que fragua un escritor”, escribe en el primer capítulo de un texto que describe a su protagonista con una gran carga simbólica: en la mitología griega,

Prometeo es el titán amigo de los mortales, conocido por desafiar a los dioses robándoles el fuego y darlo a los hombres para su uso, quien posteriormente fue castigado por Zeus. Me pregunto si acaso Pedro no es también ese titán: el autor de “Seis metros de soga”,

Premio Horacio de la Derrama Magisterial, “Maestra Vida”, Premio Mario Vargas Llosa, “Tu mitad animal”, UCV, y “La sinfonía de la destrucción”, entre otras obras notables, cruzó el dolor y el sacrificio para escribir historias que han quedado como la más bella lección de su destino. Es increíble la velocidad con la que pasaron tres años de su partida.

Observar a su mamá, abrazarla y que, tocando mi camisa, me diga: “a mi hijo también le gustaba este color”, casi me quiebra. Reencontrarme con Rosalinn, su compañera eterna, y ver a mis sobrinos, sus hijos con quienes la última vez compartimos San Bartolo, el malecón de Playa Norte. Pedro ha escrito un bello libro, de entrada no deja gacetillero con cabeza, lo suyo nace de la experiencia, por eso la presencia siniestra del padre, el desdoblamiento con el protagonista.

Pedro fue un escritor que tenía claro el oficio, sabía cómo “operaba” la critica, conocía quién es quién en el desnaturalizado “ecosistema” del libro, de eso hablábamos durante horas, pero siempre finalizaba que no competía con nadie porque entre tragedia y tragedia le quedó claro que solo se compite contra uno mismo, “ser otro no funciona, papá”, y recordaba a Wilde cuando decía que la única vacante disponible para nosotros era ser nosotros mismos.

Uno de nuestros últimos retos fue demostrar que podíamos gobernarnos administrando mejor nuestra salud, y empezamos entonces una carrera contra el espejo. Ganamos, pero no supimos que solo jugamos el primer tiempo. Luego llegó la pandemia, el cáncer como el verdugo de una generación que privó la cumbre de una trayectoria que mereció más tiempo, al menos aquellos cinco años que reclamó en su lecho de enfermo.

Gracias a Macckeey Soto por la edición. Ha sido un honor presentarlo con Yoshiro Chávez, la herencia filial del más contundente de mis contemporáneos. Que el aleteo azul de la mariposa lo retorne siempre a sus lectores. Continúas aquí, hermano.

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