Odio y revanchismo
La muerte de Alan García Pérez ha gatillado, una vez más, lo más ruin de nuestra clase política que desde hace años viene sembrando irracionalmente una cultura de odio y revanchismo, cuya cosecha la estamos pagando la mayoría de peruanos al posponer reformas urgentes y poner en riesgo la institucionalidad democrática.
Segregan odio y revanchismo aquellas personas que celebran la muerte de su “enemigo político”, y convierten su suicidio en “sentencia anticipada”, que supuestamente “confirmaría” cada uno de los delitos que se le imputa.
Respiran odio y revanchismo aquellos que, encaramados en el cuerpo inerte del suicida, alientan y promueven la venganza, acusando irresponsablemente de “asesino” a cada uno de sus eventuales opositores.
Sudan odio y revanchismo interesado aquellos que intentan anular o bloquear los esfuerzos del sistema de justicia que aspira a desmadejar el hilo de la corrupción, parapetándose cobardemente detrás del suicida.
Se untan de odio y revanchismo aquellos que, sin sangre en la cara, usan como plataforma política las exequias del suicida para lanzar su candidatura presidencial, tal vez uno de los aprovechamientos más indignos e inmorales jamás vistos en los últimos tiempos.
La mayoría de los que integran nuestra clase política no han aprendido la lección histórica que nos deja la oprobiosa cultura del odio y revanchismo, traducida principalmente en la pérdida de la noción de trabajar unidos para superar los problemas que aquejan a la mayoría de peruanos, en socavar todo intento de construir una nación y en impedir un liderazgo que abrace el respeto a cada uno de sus adversarios políticos.
Uno de los frutos tradicionales de la cultura de odio y revanchismo es el macizo “voto anti” que en las últimas décadas ha encaramado a personajes a tomar las riendas del país, y que luego son obligados a cumplir los designios de venganza para humillar a sus opositores y sacarlos del juego político a cualquier precio.
¿Dónde quedaron aquellos gestos políticos de trabajar bajo el espíritu y la fuerza de la concertación? ¿Se habrá perdido definitivamente la esencia de la política? ¿Seguiremos eligiendo a jefes de Estado o del Poder Legislativo que luego se convierten en virtuales jefes de pandilla que son obligados por sus huestes a aniquilar a sus contrincantes?
Esperemos que la muerte de Alan García Pérez impulse la reconstrucción de nuestra clase política y resurja como el ave Fénix los códigos de la sana convivencia para tirar al traste tanto odio y revanchismo acumulado, y entrar a una etapa de concertación nacional cuyo enemigo real sea la lucha contra la pobreza, la corrupción y el subdesarrollo.
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