Polarizar no es la respuesta
La crisis política ha vuelto a polarizar el país. Es increíble cómo el indulto a Alberto Fujimori hace de una minoría bulliciosa los dueños de “una moral” que relativiza la verdad histórica. Culpan a un Fujimori preso, por toda la tragedia nacional como si acaso los últimos 21 años habrían sido un paraíso de honestidad y de justicia. Se trata de la construcción de un discurso en la que se estigmatiza como cómplices o culpables a quienes no aplauden su narrativa. Por eso cuando afirmamos que la izquierda nos ha vencido culturalmente, no nos equivocamos.
Su discurso es tal que ha romantizado las luchas contra la corrupción, por la paridad, por el matrimonio entre homosexuales o por el aborto, pero a efectos de sus intereses. De más está recordar su convivencia con el gobierno de Castillo sin importarles el conservadurismo chauchilla de Guido Bellido o las sombras de corrupción en torno al sindicalista ahora autodesposeído del sombrero. Una conocida actriz hablaba de volver a ponerse las zapatillas para protestar, pregunto, y dónde estuvieron cuando se hicieron públicas las denuncias de Karelim López o los 20 mil dólares encontrados en el baño de Palacio, o dónde cuando nombraron a Daniel Salaverry asesor presidencial, o dónde cuando se supo sobre la vacunación subrepticia de Martín Vizcarra. Farsantes, corso de hipócritas a quienes estamos en la obligación de desarmarles su narrativa, esa supuesta superioridad moral que los inviste como defensores de una democracia que no es sino, en términos de Bobbio, descenderla del cielo de los principios a la tierra donde colapsa con sus intereses.
Prueba de ello es su capacidad de parasitar vía consultorías o publicidad para sus medios, azuzando a la población por el cambio de modelo a través de otra Constitución. Así han estado durante los últimos 21 años. Ellos, los culpables de esta pasarela de fracasos que no se atrevieron a cambiarla con Toledo, ni con Ollanta, ni con Martín Vizcarra, y que seguro, o empujarán la caída de Castillo o transarán un nuevo pacto para su sobrevivencia. En mi lectura, considero que Castillo Terrones tiene los meses contados y que corresponde estar preparados para que la próxima transición no sea un calco ni una copia de lo que fue el gobierno de los seis días del 2020, ni el carnaval de lagartos de Francisco Sagasti. Toca hacer entender que no serán los arreglos políticos de las cúpulas partidarias quienes decidirán lo que será este, distópico aún, 2022. Polarizar no es la respuesta.
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