Por Dios y por la patria
Cuando era niño y cursaba la educación inicial, en mi querido Bolívar (San Miguel de Cajamarca), se produjo la visita del obispo de Cajamarca, monseñor José Dammert Bellido; recuerdo a las autoridades del entonces caserío afanosas por darle la mejor bienvenida al prelado, recayó en mí la entrega de un presente y el saludo de bienvenida; a mi corta edad, me sentía alguien importante y representativo, me consideré -en ese momento- la voz de los niños de mi pueblo; fue la primera vez estrechaba la mano y recibía la bendición de una autoridad católica.
La visita de los curas era muy escasa (pocas veces al año), en la fiesta patronal se tenía que contratar a un sacerdote de Chiclayo; la ausencia de los párrocos fue suplida, en cierta forma, por la ayuda humanitaria proveniente del Obispado gracias a Cáritas Perú; por medio de esa ayuda se pudieron hacer algunas obras en beneficio de la comunidad. Siempre he admirado a las religiones que practican la solidaridad y la caridad; a los religiosos que, por convicción propia, ponen su vida al servicio de los demás, como la forma más directa de llegar a Dios.
Ahora, lejos de mi terruño y con algunas décadas encima, soy consciente de la labor que hacen las Iglesias; sí, en plural; ya sea capacitando a jóvenes líderes, educando a los que menos tienen, acercando la fe a todos.
En algún momento de nuestra existencia, estoy seguro, habremos cuestionado la existencia o la presencia de un ser supremo, máxime en un contexto de pobreza, desigualdad e injusticia; sin embargo, me atrevo a reflexionar y expresar lo siguiente: ¿por qué, en vez de cuestionar o dudar acerca de Dios, no nos dedicamos a ayudar y a ser promotores del cambio?
Las religiones, como todo en el mundo, tienen su lado positivo y su lado negativo; no podemos negar las grandes obras -tangibles e intangibles- realizadas por los católicos y los cristianos en general; Jesucristo sentenció que debemos amar al prójimo como a uno mismo, que debemos ayudar a los pobres, cuidar de los enfermos; Santiago decía que “la fe sin obra es muerta”.
Indudablemente, las organizaciones religiosas desempeñan un rol preponderante en el impulso de nuestro país; sin embargo, requieren de algunos cambios de nuestra parte: primero, dejemos de culpar a Dios por lo que suceda o no, somos nosotros los responsables de nuestros actos, cada uno de nosotros debe dar lo mejor de sí en todo lo que hacemos, debemos ser consecuentes; en segundo lugar, tenemos que utilizar todos los recursos disponibles, no es posible que existan ambientes que solamente funcionan algunas horas a la semana y el resto del tiempo permanezcan cerrados, habiendo necesidad de espacios para alfabetizar, educar, curar a los enfermos o cobijar a los desvalidos, la prédica y la práctica deben estar en sintonía; el último paso sería asociarnos con todas las partes interesadas, es decir, trabajar de la mano con el gobierno -en todos sus niveles- y con el sector privado, las iglesias cuentan con instituciones educativas y de salud, entre otras, además de su gran influencia social. Como vemos, no solo se trata de fe, se trata de acción, de poner en práctica lo que se predica.
Nuestro país necesita más personas, especialmente jóvenes, que desafíen el statu quo, inclusive dentro de las organizaciones religiosas; debemos tener -también- más esperanza, no en la otra vida, sino en ésta, en nuestro Perú; los fieles no solo tienen el poder de la fe, cuentan con poder económico y pueden ser ejemplos para seguir.
¡Unámonos! Independientemente de la fe que profesemos, pongámonos a la altura de la necesidad de cambios sociales; trabajando en conjunto, todas las partes interesadas, podremos resolver los desafíos más grandes de nuestra Patria. Yo ya comencé, ¿te unes a mí?
Mira más contenidos siguiéndonos en Facebook, Twitter e Instagram, y únete a nuestro grupo de Telegram para recibir las noticias del momento.