¿Qué hacer con la pobreza?
La pobreza, al menos en nuestro país, es un tema que nunca pasa desapercibido; lo primero que se nos ocurre es asignarle la responsabilidad al gobierno o a instituciones benéficas. Hagamos un breve ejercicio: supongamos que tenemos en nuestras manos algunos millones de dólares que nos han sido encomendados; la decisión es gastarlo en los más pobres, pero nos asaltan las siguientes interrogantes: ¿cómo hacerlo?, ¿tan solo se trata de gastar el dinero?, ¿sabemos cómo erradicar la pobreza?, ¿servirá nuestra ayuda?, ¿incrementaremos la corrupción o la dependencia?
La respuesta es sencilla: no sabemos; quizá lo que se nos ocurra es revisar experiencias similares en el pasado, algunos críticos dirán que se pudo hacer mejor, otros dirán que sin la ayuda la pobreza hubiera mejorado gracias al estado de necesidad.
En realidad, no sabremos si hacemos algo bueno o no, pueden suceder cualquiera de las dos posibilidades. Sin embargo, podríamos ensayar algunas acciones: Empezaríamos preocupándonos por la salud de los más pequeños, una forma sencilla de salvarle la vida a un niño es inmunizándolo; a pesar de ello, gran cantidad de niños no reciben las vacunas que deberían recibir; se cuenta con los insumos, se cuenta con el personal, aun así, no se hace; en nuestro país los niños pobres mueren por enfermedades respiratorias y diarreicas, consecuencias naturales de la pobreza extrema.
Otro tema de especial interés lo constituye la educación; pero ¿por dónde empezar? Contratar a más profesores, construir más escuelas, repartir tabletas o laptops, brindar alimentación escolar, etc.; el objetivo es muy claro: que los niños reciban educación, pero educación de calidad.
Los fondos, muy en especial si son públicos, deben ser gastados o invertidos en cuestiones sustanciales; en educación: concientizar a los padres acerca de su importancia y los beneficios que ella trae; en salud: hagamos que las políticas públicas de preservar la salud de la niñez sean efectivas, procurando seguir reduciendo los índices de mortalidad, brindando mejor atención a las madres gestantes, luchando contra la desnutrición, dotándolos de servicios básicos.
Si hacemos cuentas y ordenamos los números, la suma singular por cada persona no es alta; el problema radica en la gestión de los recursos; los programas de asistencia social no son malos, pero pueden ser mejores; muchas veces la solución está frente a nosotros y no nos percatamos; sabemos que la pobreza no va a ser erradicada por arte de magia, pero estamos en la ruta, poco a poco, haciendo las cosas bien.
Continuemos en la ruta, sabemos que nos será fácil, es un proceso lento; sigamos experimentando y aprendiendo de los errores; desterremos las ideologías y optemos por la practicidad, asumamos que lo que funciona en un lugar no siempre funciona en otro.
La medicina, por ejemplo, ha tardado décadas en progresar, en un proceso lento y deliberativo; no existen curas milagrosas, pero la medicina actual viene salvando millones de vidas cada año; podemos hacer lo mismo. No hay forma de saber si el dinero que estamos gastando puede marcar la diferencia, eso lo sabremos después; idealicemos que en dos o tres décadas podamos decir: “Lo hicimos bien, provocamos el cambio”. De nosotros depende; por mi parte, tan solo puedo decir: ¡Podemos y debemos hacerlo!
Mira más contenidos siguiéndonos en Facebook, Twitter e Instagram, y únete a nuestro grupo de Telegram para recibir las noticias del momento.