¿Quieres votar?: R.U.C. y no D.N.I.
Las autoridades electas desencantan por su ínfimo nivel intelectual, escasos conocimientos, vulgaridad y vocación por la mentira, esto sin mencionar la corrupción. Todo lo que es noticia, que saca de quicio a periodistas y analistas, es resultado del voto universal que permite hasta a alguien que no entiende el castellano o es analfabeto pasar por las urnas. Basta tener dieciocho años y D.N.I. para votar. ¿Eso es un derecho o más bien es una estupidez?
Los que menos tienen constituyen el mayor caudal de votos. Ingenuamente marcarán la balota de quienes les prometan lo que nunca les darán. Mientras los menos, que son los que más tienen, tributan y son quienes mantienen al país. Pese a esto, deben ver cómo se despilfarran sus impuestos en gente que destruye a la patria. Así, se ven obligados a hacer lo mismo que los más pobres: buscar otras tierras donde les traten mejor. El ser humano es básicamente un nómada en busca de oportunidades, desde el primer día que apareció sobre la faz de la Tierra.
Si queremos mejores representantes, en vez de D.N.I. para votar, se debería exigir el R.U.C. Por más que suene políticamente incorrecto, ¿por qué el narco, el minero ilegal y el sicario no detectado van a tener el mismo derecho que quien trabaja y paga impuestos? ¿Cuál es esa lógica de ponernos en el mismo saco?
El voto universal es la mayor manipulación de la democracia, y afecta el destino de los pueblos. El voto universal es un titiritero en la penumbra que inclina a los electores hacia opciones que, más que construir, destruyen; más que unir, dividen; más que iluminar, oscurecen.
Quienes dictan la suerte, o mala suerte, de las naciones han sido puestos en el cargo por una muchedumbre desinformada, o por hijitos de papá que aún no contribuyen con aportar al erario nacional. Y desde las alturas del poder, los erradamente electos, con la altivez de un monarca ciego, escuchan solo lo que desean. Las malas autoridades buscan y valoran únicamente la información que reafirma sus creencias, ignorando cualquier voz contraria. Así, los gobernantes se envuelven en un poncho de certezas, impermeables a la realidad, como si cerrándose la verdad no llegara. Es en este laberinto de convicciones y certezas donde nacen las políticas erradas y las promesas huecas, mientras el país se desvanece.
Quien nunca tuvo poder y lo obtiene por unos cuantos miles de votos de quienes no saben lo que hicieron, se les trepa el demonio de la soberbia, que les susurra que es el más sabio, más justo y más necesario que cualquier otro. Estos fácilmente olvidan que son servidores del pueblo y no sus dueños, convirtiendo la política en una herramienta de uso personal y no en el instrumento para lograr el bienestar común.
En un país azotado por la incertidumbre, los electores no aptos nos llevarán al precipicio. Quien quiera votar, que se formalice y pague impuestos. En vez de D.N.I., ¡R.U.C.!
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