¿Reforma?, ¿en serio?
Ante la obsecuencia de una mayoría congresal envenenada por el odio y sedienta de venganza al ver a sus ídolos de barro caídos en desgracia, la administración Vizcarra intenta sacar fuerzas de flaqueza para tratar de empujar una reforma bajo la amenaza de la disolución del Parlamento, con todos los riesgos embalsados que esta acción conlleva.
¿Qué le conviene al país? La respuesta es más complicada que examen para postular a la Junta Nacional de Justicia. Veamos. Si la amenaza surge efecto, tendríamos un triunfo pírrico porque es conocida la capacidad innata de la actual mayoría legislativa de aprobar leyes enrevesadas y autodestructivas, que finalmente poco o nada servirían para inocular a nuestra clase política potentes dosis de realismo y convicción para un cambio eficaz que le permita convertirse –de cara a las próximas elecciones– en genuina representación de las mayorías.
Basta ver cómo, pese a las evidencias, ningún partido o movimiento político ha movido un dedo para deslindar de sus líderes que cayeron en la tentación de la corrupción y, a la vez, anunciar de manera unilateral una reforma al interior de sus organizaciones, realizando una purga efectiva de sus miembros caídos en desgracia, convocando a nuevos líderes distritales, provinciales y regionales, promoviendo debates y aportes a la reforma política y electoral, y sustentado ante la ciudadanía propuestas para encauzar la problemática del Perú hacia escenarios que generen confianza en el futuro.
¿Entonces, la reforma política y electoral –exigida para intentar que los actuales movimientos y partidos no sigan procreando a impresentables– está asegurada con este Congreso? Lamentablemente, hasta hoy, la actual mayoría legislativa no ha dado señal alguna de intentar acoger las expectativas ciudadanas y solo se ha enfrascado en convertirse en una banda citadina con francotiradores de lengua viperina que disparan a diario para bajarle más las llantas a la carroza de la administración Vizcarra y provocar su caída al abismo.
Una disolución del Congreso, el otro camino a tomar en el corto plazo, nos llevaría a la nebulosa de nuevas elecciones parlamentarias donde nos obligarían a escoger entre los sobrevivientes de los escombros de la actual clase política, afectando aún más el clima de inversiones, la generación de empleo y provocando la consiguiente lluvia recesiva.
¡Cuánta irresponsabilidad de nuestra clase política que aún no asume su rol de liderazgo ante la devastación! ¡Cuánto cinismo de quienes solo se dedican fanáticamente a seguir protegiendo la “moral” e “integridad” de sus corruptos! ¡Qué nivel de inmadurez para dejar el camino abierto a los extremistas de izquierda y derecha, quienes ya se frotan las manos mientras alientan el caos y la violencia, arengando febrilmente su muletilla “Congreso Constituyente”, y viendo la forma de cómo construir autarquías, derribando con ello la frágil institucionalidad de nuestro sistema democrático!