Réquiem
Hace pocos días, mi padre dejó esta dimensión y enrumbó al descanso eterno. Al recibir la noticia, vinieron a mi memoria, con una velocidad fantástica, la imagen de mi padre aún joven, llevándome de la mano, quizá sea aquel recuerdo inconsciente de mis primeros pasos. Con el permiso de quienes me leen, me permitiré dedicarle la columna de hoy a mi papá: don Jorge Ramírez Prado.
Desde que tengo uso de razón, recuerdo a mi papá en medio de papeles y su máquina de escribir, largas reuniones con autoridades y pobladores de nuestro pequeño pueblo: Bolívar, en la provincia de San Miguel de Cajamarca; lo recuerdo como Agente Municipal y Teniente Gobernador, en el entonces caserío, lo recuerdo como presidente del comité de nuestra fiesta patronal, presidente de la junta administradora del agua potable, liderando la reconstrucción de la carretera después del Fenómeno del Niño en 1983, administrando justicia como juez paz (casi una década), mientras ocupó ese cargo nunca dejó de asistir a los cursos de capacitación en la Corte Superior de Justicia de Cajamarca; participó muy activamente en la gestión para que nuestro caserío se convierta en distrito, un sueño cuya tarea había iniciado su padre conjuntamente con grandes ciudadanos de aquella época y que venía continuando su impulso gracias a la colonia bolivariana en la capital; creado nuestro distrito asumió la gobernación política (también casi una década), su carrera política la culminó siendo alcalde distrital, en dos periodos consecutivos. Como diría un expresidente: “Hechos y no palabras”, lo poco o mucho que haya hecho mi padre por nuestro pueblo, está allí, y eso hablará por él.
Como persona, en más de una vez escuché, que cómo les gustaría tener un papá como el mío; mi padre era de poco hablar, muy observador, siempre tenía la respuesta o la ocurrencia precisa, dedicó su juventud al deporte que amaba: el fútbol, ni yo ni mis hermanos hemos heredado tal pasión, eso también le permitió conocer otras realidades y a muchas personas. En el hogar era un hombre muy disciplinado, le gustaba la perfección en lo que hacía y en lo que hacíamos, siempre se preocupaba por su familia: su madre que estaba por encima de todo, sus hermanos, su esposa, sus hijos; mencionaba siempre que ante la ausencia de su padre (lo perdió a los 21 años) él debía preocuparse por la familia; desde muy niño escuchaba las historias de mi abuelo, a quien no llegué a conocer, y las enseñanzas que había dejado en sus hijos, ese afán de superación personal y comunal, la aspiración de tener al menos un hijo abogado (hoy somos muchos en la familia); mi madre a veces le reprochaba que más se preocupaba por los demás y menos por los suyos, lo que no comparto, mi padre se preocupaba por todo y por todos; él se preocupó por nuestra educación, es así que, yo primero y mis hermanos después, tuvimos que abandonar el seno del hogar e ir a estudiar en otro lugar donde había mejores condiciones y el gran apoyo de la familia; de hecho, valió la pena el esfuerzo.
Quiso el Altísimo que su salud vaya menguando, su familia y sus hijos hemos visto por él hasta el final, cuando el destino está trazado no hay nada que un mortal pueda hacer para cambiarlo; hoy, mi padre está gozando de la gloria, ya está en comunión con sus padres, sus hermanos y todos los seres queridos que simplemente nos llevan la delantera en ese inevitable viaje sin retorno. Mantengamos viva su memoria, ello solo sería posible con la unidad y con el perdón, y no olvidemos que -ahora- tenemos un alma más que velará por nosotros desde el reino olímpico. ¡Descansa en paz, Papá! Algún día nos volveremos a ver y volveremos a tomarnos de la mano.