Sagasti y el ‘efecto Dunning-Kruger’
Francisco Sagasti reapareció, y ha sido solo después de que la zurda caviar perdió todo espacio de poder y posibilidad de lucrar del Estado. Tras siete meses del arribo de Pedro Castillo al poder, el señor de los pañuelos acaba de percatarse de la incapacidad y corrupción del gobierno, y propone recortar el período presidencial y congresal para convocar a nuevas elecciones.
Pretende aprovechar a su favor el descontento popular y la desilusión del electorado, harto de las karelimes, pegalones, homicidas, corruptos, aguateros arracimados y demás criaturas del inframundo del inquilino de Palacio. Cree que volverá a la presidencia a la que llegó por alguna extraña conspiración astral y una confusión generalizada. Para lograrlo aparece ahora cual alquimista poseedor de la sustancia para acabar con nuestras penurias. Manuel González Prada diría: “Después de un eclipse fugaz, las Mesalinas más averiadas vuelven a la circulación, adornadas con todas las seducciones de la virginidad política”.
El coleccionista de autógrafos de terroristas del MRTA es, en buena parte, responsable de la profunda crisis que atraviesa el país. Su gobierno inesperado y malintencionado, bajó la valla para que los Pachecos llegasen a secretarios presidenciales, entre otras mañas. Se le ha perdonado todo: su tácita alianza con el corrupto Martín Vizcarra; mantener en Salud a quienes convirtieron al Perú en ejemplo mundial del peor manejo de la peste china, con más muertes por mil y mayor retroceso económico. Sagasti, además, demoró la vacunación al impedir, como Vizcarra, que los privados contribuyeran. “No queremos que el que tiene plata se vacune y el que no tiene no lo haga”, dijo, cuando en realidad “el que tiene plata” quería acelerar también la vacunación del “que no tiene plata”.
Este individuo sobrevalora su capacidad, algo típico de la feligresía roji-caviar del partido Morado. Pareciera ser presa del ‘efecto Dunning-Kruger’, es decir esos seres que tienen un sentimiento de superioridad que les lleva a considerarse más inteligentes que personas evidentemente más preparadas y con más experiencia que ellos.
El ‘efecto Dunning-Kruger’ ha condenado a la política nacional desde que Alan García culminó su mandato. A partir de entonces tuvimos a: Ollanta Humala, de cortísimo entendimiento e ínfulas de estadista; PPK un lobista y banquero que creyó que eso era lo mismo que gobernar; el corrupto Vizcarra convencido de que su gestión sanitaria era óptima, mientras morían decenas de miles de compatriotas; Sagasti con su discurso hueco sintiéndose un iluminado político siendo básicamente un burócrata internacional, y finalmente Castillo, un analfabeto funcional convencido de que ‘aprenderá’ a gobernar así no más, de la nada y rodeándose de ignorantes y prontuariados.
Para González Prada, en el Perú “se puede sufrir los ultrajes de un bandolero, de un imbécil, de un loco y hasta de un orangután”. O de estúpidos incapaces de reconocer sus limitaciones.
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