¿Sociedad de mercado?
En la actualidad, son pocas las cosas que el dinero no puede comprar; por ejemplo: si un prisionero desea mayor comodidad, puede comprar mejoras en su celda o ser trasladado a un mejor lugar; si alguien no desea hacer cola para adquirir un bien o un servicio, puede comprar el lugar en la fila; en el plano global, durante las guerras en medio oriente, eran más los contratistas militares privados que los soldados estadounidenses.
Los entendidos sostienen que hemos ido pasando de una economía de mercado a una sociedad de mercado; mientras la primera es una herramienta valiosa y eficaz para organizar la producción, la segunda es un espacio donde todo -o casi todo- está a la venta; no podemos negar que el pensamiento y los valores del mercado vienen dominando todos los aspectos de nuestras vidas: relaciones personales, vida familiar, salud, educación, derecho, política y hasta el civismo.
En una sociedad de mercado, la desigualdad es mucho más evidente; el dinero, o la falta de éste, determina el acceso a los elementos esenciales de la calidad de vida: acceso a los servicios de salud, educación de calidad, atención de demandas, etc.; la mercantilización de todo es el combustible de la desigualdad, con sus graves consecuencias.
Por otro lado, algunos bienes y prácticas sociales ya forman parte del pensamiento y los valores del mercado, cambiándole el significado de esas prácticas y adoptando nuevas actitudes; en algunas sociedades, por ejemplo, ofrecen incentivos económicos a los niños y adolescentes por obtener buenas calificaciones o por leer libros; indudablemente la mayoría se opone a este tipo de medidas, pues consideran que se desvirtúa el verdadero sentido de la educación y de la lectura.
Los profesionales de la economía muchas veces consideran que los mercados son inertes, que no tocan ni contaminan los bienes y servicios que intercambian; quizás en el mercado de bienes eso sea así, pero si hablamos de servicios básicos o prácticas sociales, la situación será distinta; introducir mecanismos de mercado e incentivo en estas áreas puede socavar o desplazar valores y actitudes ajenas al mercado; en educación, por ejemplo, existe una discusión bizantina acerca de su tratamiento en el mercado; quizá con el ánimo de sumarnos al debate, sugiero que este tema sea razonado colectivamente, en espacio abierto al público; debemos incorporar también a la discusión importantes temas como: nuestro cuerpo, la vida en familia, las relaciones personales, la salud, la educación y el civismo.
En un contexto de desigualdad, la comercialización de todo nos lleva a una situación en la que los que más tienen y los que menos tienen, viven cada vez más separados: viven, trabajan, compran y se divierten en lugares diferentes; esto no resulta bueno para nuestra democracia, tampoco es una forma satisfactoria de vivir, inclusive para los de alto poder adquisitivo.
La democracia no requiere una igualdad perfecta, sólo requiere que los ciudadanos compartamos una vida común; lo que realmente importa es que las personas, independientemente de su origen y de sus estilos de vida, se encuentren entre sí y hasta se enfrenten entre sí, en un devenir normal de la vida, aprendiendo a negociar y a aceptar nuestras diferencias; de esta manera logramos construir el bien común y a preocuparnos por él.
El tema de los mercados no es una exclusividad de la economía, se trata de cómo queremos vivir en sociedad. Al respecto y a modo de conclusión, los invito a encontrar respuesta a las siguientes interrogantes: ¿queremos -realmente- una sociedad en la que todo esté a la venta?, ¿existen -aún- algunos bienes morales o cívicos que el poderoso dinero no puede comprar? Cada quien tendrá su respuesta.
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