Tía deseada y odiada
Es más que evidente que, con el título de esta columna en medio escrito, el autor de ella se esta refiriendo a la Tía María, proyecto minero en el sur del país que, por varios años, su entusiasta empresa propulsora, después de realizadas las tareas de exploración, ha perseguido la autorización gubernamental para la etapa de ejecución o explotación.
Calificamos de entusiasta a la pretensión de la titular del proyecto, pues por muchos años ha batallado para hacer realidad la explotación del yacimiento minero de Tía María. Cualquiera se hubiese agotado en el intento y, como se dice en el argot del boxeo, habría “tirado la toalla”, pues en el larguísimo tiempo transcurrido desde que decidió apostar por el proyecto, ha recibido innumerables obstáculos que ha ido superando uno tras otro y, cuando consideraba que ya estaba el proyecto maduro, pues saltaban otras objeciones de terceros.
La Tía en cuestión es a la vez querida por muchos pero también odiada, y sin razón real, que podríamos calificar de pretexto, y nos hace acordar a la famosa tía que no falta en familia alguna, que al no haber contraído matrimonio es cariñosa y generosa con los sobrinos, pero al haberse quedado “para vestir santos”, como se decía antiguamente de ellas, fueron entrometiéndose en todo por lo que por “metetes” habían algunos sobrinos que no la apreciaban.
Es cierto que hay una errada visión desde las localidades vecinas a los yacimientos mineros, de que su explotación afecta al medio ambiente, que utiliza el agua destinada a la agricultura, ganadería y consumo humano, perjudicando a su uso tradicional, y que las empresas mineras olvidan que para realizar sus actividades deben tener estándares adecuados con los pobladores de la zona donde actúan.
Empero, la visión acotada proviene del recuerdo de la antigua minería que se imponía a las comunidades, que cuando terminaba de extraer el mineral de los yacimientos, dejaba relaves que perjudicaban al medio ambiente, además de utilizar algunos insumos inconvenientes y dañinos a la salud. Esa visión histórica, por cierto, solo subsiste en la minería ilegal, pero no en la formal en que las exigencias gubernamentales y la fiscalización rígida hacen que se cumplan con todos los requisitos y previsiones.
Si se hiciera un balance desapasionado del tema, compulsándose los beneficios frente a las dificultades, estamos seguros que más son los primeros que las segundas y, estas últimas, por supuesto que superables, salvo que cuando por mala fe se cierra toda posibilidad de diálogo para impedir la mejora de la situación.
La impresión que nos deja, a quienes no estamos inmersos directamente , en el problema, es que hay actores que azuzan a las poblaciones para que se impida la ejecución del proyecto y, con ello, mantener un clima de incordia que aleje las posibilidades de diálogo fructífero entre comunidades y empresa minera, que resuelva las controversias y, si estas fuesen irresolubles, el Estado no puede quedarse pintado en la pared, tiene que actuar, que para eso está, y por supuesto, sin abdicar de sus obligaciones.