Un año del vizcarreformismo inútil
El 28 de julio pasado el presidente Martín Vizcarra sorprendió al Parlamento y al país al inaugurar el estilo con el que se ha venido manejando los últimos 12 meses: amenaza y chantaje permanente al Parlamento con un posible cierre si no sacan adelante una serie de reformas que vendió como la panacea y que –para todo efecto práctico– no sirven para mucho más que para centrar el ojo público en la confrontación y con ello oscurecer el pésimo gobierno que nos está regalando en ya 15 meses perdidos. Nada de lo que planteó y se ha aprobado desde esa fecha ha funcionado o tiene perspectiva de funcionar.
La reforma de justicia ha colapsado claramente por apresurada, poco técnica y ciertamente peligrosa para la institucionalidad, incluso varios órganos del Estado se han retirado como el TC y la Defensoría del Pueblo. La reforma política, en lugar de fortalecer los partidos, busca secretamente destruirlos. No hay pues nada rescatable en las mal elaboradas reformas que el Parlamento ha aprobado con algunas mínimas modificaciones. Mientras esto ha sucedido los grandes temas del país: el crecimiento, el empleo, la seguridad, las inversiones, la salud, la educación, las mypes, el agro, siguen en el olvido. No hay reformas con contenido social a la vista. Un año que ha sido de anuncios de pirotecnia mediática pero sin resultados tangibles para los ciudadanos. Hoy la gente empieza a despertar ante un panorama socioeconómico que se va deteriorando día a día.
Para coronar este panorama vemos cómo Vizcarra y su neófito Gabinete claudican frente a los chantajes de Cáceres Llica en Arequipa y muestran a un Estado débil, incapaz de garantizar el orden y la seguridad de las inversiones, tal cual sucede en Las Bambas. Valiente contra un Parlamento desacreditado pero pusilánime frente a la demagogia comunista. Igual que frente a la inseguridad ciudadana, incapaz de tomar medidas a la altura de la gravedad de la situación.
Esperemos que esta nueva mesa directiva del Congreso, encabezada por Olaechea, haga lo que no pudieron las anteriores: legislar sobre los temas de fondo sin ceder a chantajes o amenazas y de esta forma hacer que el Ejecutivo haga su trabajo: gobernar, cosa que no ha hecho desde el 28 de julio del año pasado en donde inició esta guerra absurda contra el primer poder del Estado.
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