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Un libro

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Fecha Publicación: 30/07/2022 - 21:20
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El mundo que conoce continúa derrumbándose, su calle ha dejado de ser su calle, el frío del malecón ahora es un recuerdo, la imagen de un hombre con su casaca ploma, las manos en el bolsillo, respirando esa brisa, la llovizna que llega para tocar sus emociones y a los costados: nada, solo las viejas casas, el cruce peatonal que le indica que al otro lado de la avenida también se ríe y se celebra. Se toca el mentón como quien se acomoda las palabras, sabe que se desbordaron, sabe que no debió pronunciarlas, pero dejó que se desborden, permitió que ruja el tigre de la ansiedad. La vereda donde sostiene su peso continúa destrozándose, las grietas tienen las marcas de sus dedos, pero tiene un libro en el brazo; una declaración de principios donde queda el registro de sus decisiones. Entonces se abraza a sus versos, lee sus imágenes, las pronuncia en voz alta, las repite: se reconoce con el mundo allí, con la ciudad allí, con la Vía Expresa allí, ese lagarto gigante que presta sus pieles para que la crucen miles de neumáticos.

Tiene un libro como un enorme paraguas protegiéndolo de la lluvia, un libro como una alfombra sobre la hojarasca, cada estrofa con sus rimas consonantes en sus pareados perfectos, alcanzando los endecasílabos para decir lo que la emoción le dicta, tiene el corazón abierto en esas páginas con la temperatura de un águila que estuvo atenta al día cuando su águila descienda con aquel vuelo indomable que hizo de él un brazo caminando en las calles, un brazo aferrado a un bosque, a una carretera, a una pista de aterrizaje donde aprendió a escribir en los aviones para olvidar que iba encerrado en una cápsula.

El mundo que conoce continúa destruyéndose como esos castillos de naipes que construía en la soledad de su habitación, pero tiene un libro que le habla al oído, un libro con la armonía de una partitura perfecta, un libro cuyo ritmo le marca el paso como aquel viejo gong con el que aprendió a seguir el compás de la melodía, por eso permanece de pie, por eso continúa firme, sujetándose de aquellas claves que aún ahora descifra, aferrándose al paisaje, a esa primera tarde en el malecón cuando su corazón le enseñó el sol rojo de esta ciudad haciéndose uno con la intemporalidad del océano.

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