Un mes de la partida de papá Manuelito
Manuel Edulfo Valderrama Catalán se fue a los 86 años de edad. Este diciembre hubiera cumplido 87 años, el 25 de diciembre. Fue el hombre más noble y honesto que he conocido. Tenía una extraña inocencia, que a veces parecía sacada de una fábula, y una descomunal devoción por su esposa, el amor de su vida. Ese amor lo llevó a tener las fuerzas para llegar, en abril, a hacerle la misa de un año de partida de Isabel, mi mamá-abuelita. Luego, de una forma u otra, se empezó a desvanecer. Un católico ferviente, de “los caballeros de la Parroquia de El Porvenir”, en Trujillo. Devoto del Señor de los Milagros, con cuyo hábito me pidió hace algunos meses ser despedido.
Para mí fue como un padre, quizás más que un padre, un ejemplo de vida, de bondad, de honor. Recuerdo que una vez me dijo que "el amor por la familia no tiene comparación con ninguna riqueza en el mundo". Me lo dijo a los 5 años y siempre esas imágenes vienen a mi mente. Me enseñó a sumar y a multiplicar un año antes de que me correspondiera. Guió mis pasos por la primaria y la secundaria, exigiéndome siempre ser el mejor. No le agradaba tanto mi vocación por la política, pero fue muy feliz al verme escribir sobre ella en este diario y al verme participar en algunas radios y televisoras opinando sobre la misma. Eso me hizo feliz a mí también.
El segundo hermano de un total de siete, le tocó ser el mayor relativamente pronto, por la partida de su hermana mayor. Sus hermanos menores y sus sobrinos –al igual que a sus hermanos Rogelio y Erasmo– le decían "Papá Edulfo" en señal de respeto. Fue un padre ejemplar con mi padre, y éste último fue el hijo que espero llegar a ser con él algún día. Pocos días antes de partir Manuelito me decía que se iba a ir feliz porque su hijo le había dado todas las atenciones posibles en esta última etapa y me pidió a mí no separarme de él, ni de mi hermanita.
Me enseñó a valorar la satisfacción de hacer lo correcto y de estar tranquilo con la conciencia, a pensar en Dios y rezarle para lograr paz en momentos difíciles. Me enseñó a que se debe estar dispuesto al sacrificio por los que ama.
Supo corregir y en los últimos 10 años volverse a acercar a su hijo César, quien también participó de sus exequias, junto a mis primos. Supo ser un buen padre con los hijos de mi abuelita Isabel, mis tíos Nilda y Esmundo, sus hijos también.
Esta semana, a un mes de su adiós, aún me parte el alma saber que no podré volver a escuchar su voz, pero a la vez me reconforta saber que ya está junto a Isabel, en la gloria de Dios. Mis acciones futuras estarán siempre marcadas por su recuerdo y por su ejemplo.
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