Una mención de primera
“Ese señor con pinta del ingenioso hidalgo de La Mancha es Manuel Pantigoso”, pronunció Ricardo Solano, señalándolo, aquella noche de 1996, en Trujillo. “Es el presidente del jurado de los juegos florales”, puntualizó Luis Robles. Yo acababa de cumplir 18 y estaba seguro que mi poemario ganaría aquel concurso. No fue así. El primer premio fue para Manuel Medina Velázquez, alumno de la UNT quien, después de Lizardo Cruzado, uno de los hombres duros del noventa, en palabras de Tomás Ruiz, era el poeta que triunfaba en casi todas las contiendas: ganó los juegos florales Luis Hernández Camarero, organizado por el centro de estudiantes de medicina, ganó el Lundero y ese año nos ganó el Premio Trilce. Yo obtuve una Mención Honrosa, pero no me importó por el respeto que ya le tenía a la obra de Manuel Pantigoso, uno de los más destacados poetas surgido en la década del sesenta, miembro de aquella generación que nos entregó a César Calvo, Javier Heraud, Juan Ojeda, Rodolfo Hinostroza, Antonio Cisneros, Walter Curonisy, Manuel Ibáñez, Luis Hernández, Juan Cristóbal, Antonio Cillóniz, Marco Martos, Hildebrando Pérez y Arturo Corcuera. Nacido en Lima en 1936, Manuel Pantigoso es un polígrafo, ha publicado más de setenta libros, el último “Piel de la palabra”, su antología poética, es un repaso a la producción de un hombre que además es un incansable promotor y un académico de fuste. “Mi biblioteca era el mismo jardín de Magdalena/ los estantes llenos de alas/ gorjeaban las páginas de la mañana”, afirma en uno de sus versos y en esa declaración anuncia a un autor de referencia; por eso, esta columna, es una columna de reconocimiento a su trayectoria y porque, para quien la suscribe, aquella mención de 1996 significó mucho más que un primer puesto. Tienes razón, Manuel: la piel de un poeta es su palabra.