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Ven poesía

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Fecha Publicación: 27/06/2025 - 22:50
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Cuando todo parece carecer de sentido, y de la boca de tantos brotan palabras como escorpiones, desde sus corazones, con un veneno antiguo que susurra solo mentiras. Y vemos al mal arrastrarse —silencioso, astuto— para evitar que le pongamos el pie encima, como lo hizo la Virgen cuando aplastó al maligno disfrazado de serpiente. En tiempos en que parece más fácil bajar los brazos, mirar al suelo y no luchar, es cuando más urge arder, aunque de nosotros quede apenas una chispa, una lucecita flotando en el aire para inspirar a los buenos que no vale rendirse ni perderse en el camino.
Es en esos momentos oscuros, cuando la corrupción y la política lo invaden todo, cuando más necesitamos a la poesía, que también es plegaria y profecía.
Para Aristóteles, la poesía no narra lo que fue, sino lo que podría ser. Más filosofía que historia, porque no archiva: revela. No describe: enciende. Y fue su discípulo más insigne, Alejandro de Macedonia, el Magno, quien llevaba consigo La Ilíada —anotada por su maestro— como si fuese brújula y espada, para no perder el alma en las guerras de conquista.
Muchos siglos después, cuando Europa temblaba ante el avance del nazismo y la crueldad de la guerra, Winston Churchill convirtió el verso en trinchera. “No desfalleceremos ni fracasaremos”, dijo. Y también: “Esforzarse, buscar, encontrar y no rendirse”, tomado del poema Ulises, en el que un envejecido Odiseo, cansado pero indomable, se niega a vivir sin un propósito y llama a luchar hasta el último aliento. Los discursos de Churchill no fueron solo frases, sino palabras con filo, con ritmo, con fuego. De hecho, en 1953, recibió el Premio Nobel de Literatura, por la calidad literaria de sus discursos y escritos, y por convertir la palabra en la esperanza que sostuvo a su pueblo.
La poeta peruana Rosella Di Paolo —alma de la generación del 80— sostuvo en una entrevista: “Dicen que el primer verso lo dictan los dioses; en mi caso, lo que me transfieren es el ritmo. Las palabras se acomodan a mi compás interior”. Para ella, la poesía es un acto de respirar más hondo, de detener el tiempo, de reparar con verdad. “Por donde pasan las palabras, nada permanece igual”, afirma.
Ese poder lo expresó también el narrador nigeriano Chinua Achebe. En su novela Me alegraría de otra muerte, un personaje habla del uli, antiguo dibujo con savia que las mujeres trazaban sobre su piel. Hermoso, sí, pero efímero. El verdadero uli, decía, es la palabra escrita: permanece, no desaparece. Como dijo Pilatos: “Lo escrito, escrito está”.
En la reciente Feria del Libro de Huancayo, la notable poeta Doris Moromisato recordó, al presentar el libro de Di Paolo, Villapapeles, que “La poesía de Rosella nos recuerda que las palabras pueden detener el tiempo y devolvernos a lo esencial”. La poesía es una casa donde volver, una lámpara encendida. Nos hace mejores, nos devuelve nuestra humanidad y silencio interior, un antídoto contra la maldad y la codicia.

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