Vivamos más
En el mundo actual, hay más mujeres que hombres; y estas -en promedio- viven más, los hombres tenemos más probabilidades de morir que las mujeres; la esperanza de vida, en nuestro país y en el mundo entero, es cada vez más alta; los investigadores han llegado a la conclusión que nuestra genética representa un porcentaje menor respecto al estilo de vida en la longevidad.
De vez en cuando observamos en las noticias cómo algunas personas logran superar el siglo de vida; esto no es exclusividad de las zonas rurales, se ve también en las ciudades; en los últimos años estamos siendo testigos de cómo las enfermedades contagiosas se han convertido en un riesgo latente; sin embargo, el aislamiento también es un peligro para la salud pública, y estamos siendo testigos de ello.
Cuando era niño, tuve la suerte de conocer a mi bisabuela materna: “Mamita Santos”, ella había nacido en el siglo XIX y llegó a vivir más de cien años y siempre tenía historias muy interesantes que contar; mi abuela paterna me contaba que su abuelo Resurrección “Papá Risho” vivió más de cien años; un primo hermano de mi padre: el tío Temístocles, está cerca de cumplir un siglo de vida.
Quienes tienen familiares longevos coinciden en afirmar que tienen un tesoro; es que las personas, a medida que envejecen y a lo largo de su vida, siempre están rodeadas de familiares, amigos, vecinos; nunca están solos, su felicidad radica en tener una familia numerosa. Es inevitable que pensemos en cuándo vamos a morir y cómo podemos aplazar esa fecha; al respecto, debemos tomar en cuenta una serie de factores: la alimentación, la actividad física, el estilo de vida, la medicina preventiva, la contaminación ambiental, las epidemias y pandemias, etc.
Según los últimos estudios, los factores señalados líneas arriba no son determinantes para prolongar nuestra existencia; existen otros factores que se deben tomar en consideración y ser objeto de nuestra atención.
Podríamos mencionar a nuestro entorno, dentro de él a nuestras relaciones cercanas, aquellas personas que no nos abandonarían en ninguna circunstancia; ese grupo reducido de personas nos indica nuestro nivel de integración social, es decir, la forma como interactuamos con las demás personas; un buen ejercicio sería preguntarnos con cuántos y quiénes hablamos al día.
Seguro están pensando en el tiempo que pasamos en línea, se dice que la media actual es más de 12 horas al día; se podría decir que igual estamos en contacto, pero, no es lo mismo; no es igual hablar con alguien en persona a hacerlo por medio de un mensaje de texto; el contacto personal libera infinidad de neurotransmisores que nos protegen no solo del presente, también del futuro; la oxitocina reduce el estrés, la dopamina mata el dolor, ambas son sustancias que se producen con el contacto con nuestros semejantes.
Había dicho, al inicio, que las mujeres viven más que los hombres; una de las razones es que las mujeres priorizan las relaciones cara a cara a lo largo de su existencia; este contacto con las demás personas crean un campo de fuerza biológica que repele a las enfermedades, estudios hechos con primates demuestran lo mismo; los casos de demencia senil son menores en las personas que han tenido intensa interacción con otras personas, las enfermas de cáncer de mama solitarias fallecen mucho antes que aquellas que están socialmente comprometidas.
Estamos a tiempo de hacer algo al respecto: asumir que somos seres sociales y que es intrínseco el sentimiento de pertenencia, elemento fundamental en la definición y cohesión de nuestra identidad personal y cultural; construyamos una mayor interacción en persona en nuestros hogares, en nuestras familias, en nuestros centros laborales, en nuestras ciudades, en nuestras naciones; de esta manera estaremos construyendo nuestro pueblo, teniendo siempre presente que construirlo y mantenerlo es una cuestión de vida o muerte
Mira más contenidos siguiéndonos en Facebook, Twitter e Instagram, y únete a nuestro grupo de Telegram para recibir las noticias del momento.