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Y se llama Perú

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Fecha Publicación: 01/08/2025 - 22:30
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El tradicional discurso ante el Congreso de la República por 28 de julio de la presidenta Dina Boluarte fue muy criticado. Se dijo que era excesivamente largo. Así fue, pero los mandatarios siempre son extensos en esas fechas. También se enjuició su falta de autocrítica. Los discursos patrios son más bien megalómanos, con falsas promesas de amor.
Es absurdo pedirles a los gobernantes que enuncien las cosas que se hicieron mal. En los últimos tiempos ningún presidente ha sido tan atacado como Boluarte. Le dicen asesina. En esta ocasión, Boluarte se dio el gusto de decir su verdad, deslindando con los estados fallidos. Bien. Una vez en el poder, hizo un pacto con los partidos democráticos, logrando cierta estabilidad. En ese sentido, actuó correctamente. Su mayor desacierto ha sido cambiar permanentemente a ministros y funcionarios, convocando a gente con hojas de vida altamente cuestionables. Eso, y escuchar poco, provocó una gestión deficiente.
Pero hay que agradecerle haber roto diametralmente con Perú Libre, el partido que la llevó al poder. Este grupo político llenó el Congreso de representantes ligados al Movadef y colocó a un presidente filosenderista, Pedro Castillo Terrones, cuya bandera fue una Asamblea Constituyente por las buenas o por las malas. Con Castillo nuestro país involucionó a sus épocas más aciagas. En los comicios del 2021, el odio a Keiko Fujimori pudo más, y también prosperó el fraude. Esa elección representa el triunfo de la sinrazón y del sectarismo más nocivo en la historia del Perú. Tanto o peor que la perniciosa división ocurrida durante la guerra con Chile.
A la par con esta realidad tan tóxica, observamos que en Fiestas Patrias han abundado modernos videoclips que reavivan un intenso amor al Perú, animados con música criolla, valses y festejos. El mensaje es de unión, de hermandad, de sentirse infinitamente peruanos. Una melosa peruanidad, como si refundáramos nuestra nacionalidad. Todo es muy emotivo, sobre todo el avivamiento del orgullo nacional. Paradójicamente, y aunque muchos no lo quisiéramos, lo real es que vivimos enfrentados, con mucho odio de por medio, sin creer en nada ni en nadie. La desconfianza y la sospecha son un hábito nacional.
Luego de la resaca patriótica, hemos vuelto a nuestro estado natural: el cotidiano pesimismo y la agobiante vivencia de tener poca perspectiva de futuro. Esto a pesar —y llegamos nuevamente a la patriótica exaltación— de tener una tierra bendita, como dice el vals tan poético: “Y se llama Perú”. Sin embargo, la minería ilegal, el narcotráfico y otras economías al margen de la ley destruyen nuestro país, convirtiéndolo en una penosa tierra de nadie. En resumen: sálvese quien pueda y al diablo con el Perú.
Somos uno de los pocos países que celebra durante dos días su independencia, días feriados obviamente. Nos alegramos, pero sufrimos; criticamos, vivimos en un enorme descontento, una gran frustración nacional. El enfrentamiento entre peruanos es permanente y las instituciones del Estado que deberían velar y proteger a los ciudadanos son extremadamente precarias y están en constante pelea. ¿Seguimos siendo un país adolescente? Es una pregunta difícil de absolver. Con seguridad, sí somos un país bipolar que puede desintegrarse velozmente.
Son 43 partidos en estas elecciones y una alianza anunciada, pero no inscrita. Mucha cabeza de ratón y poco amor por el Perú.

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