No fracasan las constituciones, fracasan los procesos políticos. La Constitución es solo el marco. Atribuir el fracaso de la dinámica de poder a la norma fundamental es como juzgar tu fracaso en un juego de Ajedrez por las reglas y no por las fallas de tus movimientos. Son los actores políticos los que fallan y son estos los que llaman luego a destruir las reglas… por sus propias fallas.
Raúl Mendoza
Prahlad Jani murió en mayo a los noventa años. Lo curioso es que este yogui no comió ni bebió líquidos desde hace ochenta años. Sería un fraude si es que los médicos no lo hubieran sometido a diversas pruebas, ayunos extremadamente largos sin ningún efecto en él. Este santón que vivía casi por fotosíntesis es un milagro.
Uno de los enigmas que siguen tras leer a Charles Bukowski (1920) y sobre el realismo sucio que no abandonó, es que antes de morir practicó la meditación trascendental y oficiaron sus funerales tres monjes budistas. Ninguna relación con la espiritualidad tenía el escritor al que no le importaba mejorarse en nada. Alcohólico, vicioso, putañero y, desde luego, hábil en confrontar.
Antiguamente, las cartas entre destinatarios que no se llegaban a conocer eran un intercambio de vidas y un recurso contra la soledad en un mundo incomunicado. Actualmente, pareciera que los correos electrónicos, Facebook y otros fueran una mofa contra esa grácil manera de mirarnos.
Poco interesa qué fe profeses o si profesas una, pero si no te indignas cuando queman un templo es que la libertad de credo no va contigo. Quizás no eres anarquista ni radical ni comunista, pero más tarde, cuando vengan por ti, no me culpes si soy tibio, tú tampoco estabas allí cuando me arrancaban los dedos.
Año a año mi biblioteca fue creciendo y sin estudiar bibliotecología, inventé una manera peculiar de sistematizar los estantes del primer y segundo piso. No eran las materias ni el orden alfabético dentro de las materias ni las complejas secciones sino “lo difícil, lo placentero, lo útil y lo repulsivo”.
Te subes a la combi y le pides al chofer que se suba la mascarilla, la percibe como una chalina. Esboza un gesto de desprecio, musita. Permanece con ella de colgajo. El cobrador no mide el número de pasajeros, lo suyo no es espaciar sino “llenar”, le importa poco quién exhala fuera de tela. Nadie nace para cuidar.
El documental “Social Dilemma” expone los daños que causan las redes sociales. Es un monstruo sobre el cual se ha perdido el control y que, según varios de los cocreadores del Frankeinstein, es ya más amenaza que aporte.
Los tiempos modernos son los de la intolerancia. No se puede pensar diferente, tienes que dar gusto a todos, debes luchar por no ser excluido. Ocurre siempre, pienses lo que pienses. En una cultura del temor, opuesto a la cultura de la libertad, decir es condenarte a desdecirte. Como leía en un libro de marketing, “solo un gorila de quinientos kilos puede decir lo que le dé la gana”.
Si eres psicólogo sabrás muy bien para qué sirven las redes. El promedio de pacientes manifiesta ser infeliz, vivir en ansiedad, tener problemas y, sin embargo, ves en sus cuentas de Facebook una apariencia que sirve para la ilusión sobre lo bien que les va. Para eso sirve Facebook.
Quien lea Historia sabrá que ella está repleta de errores humanos grandes y pequeños, públicos y privados. No solo es la razón la que se nubla, las emociones se descontrolan y en un pestañeo consumamos algo que nunca debimos hacer. Incluso lo que creíamos normal o justo en su tiempo, juzgado a la luz de la experiencia ya no lo es.
Asumíamos el confinamiento como una fórmula de sobrevivencia sin lecciones. Durante los años universitarios aprendimos que el trabajo en equipo era devastador sin tecnología.
“Si no tienes una fe no tienes nada”, dijo, finalmente, el protagonista de una serie cuya mención se omite para evitar el spoiler. Terminó por aceptar lo que le era inaceptable. No se refería a Dios, sino a la fe en cualquier cosa que fuera digno de ella: Dios, un ideal político, una causa social, algo que nos remita a la lealtad para con nosotros mismos y con nuestro destino.
La extensión de un país se mide por la ubicación de sus fronteras. La dimensión de tu jaula depende de cuánta distancia medie entre sus muros. Algunos viven en celdas pequeñas y allí quedarán porque se les advierte de la “humildad” como virtud. “Yo no necesito un automóvil del año, estoy satisfecho con montarme a un bus” ¿Cuántas veces has pronunciado esta frase en honra de tu modestia?
Se acostó luego de ver los noticieros, con el corazón apretado. Nueve mil contagios en un día y una cifra de muertos que prefería olvidar. La peste había crecido. Cerró la sesión de Facebook, convertido en obituario. Apenas podía respirar, ansiedad. Tomó una pastilla para emprenderla a la evasión.
Qué harías con pasión. ¿Solo buscas pasarla bien? ¿Enamorarte de lo que haces o de quien o lo que sea? ¿Trascender? Respondía anoche un test de formación de coach donde la honestidad era herejía porque la pasión siempre se supedita a la moral, la convención, la necesidad o el hambre.
La cultura condena al éxito, la riqueza es un pecado, reír una blasfemia. Las voces que oyes gimen sus miedos. Lees las noticias y reafirmas como cuando lees Historia, la peste de 1348, la guerra de los cien años, los bandoleros de los caminos, las inquisiciones. La obediencia se asocia al miedo, a un cuco, un fantasma que merodea pasa juzgarte.
Uno de los grandes estudiosos de la literatura me dijo en una conversación casual cómo no debía escribirse una novela. No sabía que escribía una y las fallas hipotéticas coincidían con el inédito que más pronto que tarde me encargué de quemar. La opinión ajena al escritor parece predominar y, a veces, es sobre lo que más se discute.