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Luis García Miró Elguera

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Luis García Miró Elguera

La desvergüenza del miserable Vizcarra, vacunándose por tercera vez en forma gratuita -es decir, pagada por usted, amable lector- ha traspasado todo límite de decencia.

¿Sabrá la comunidad internacional que el Jurado Nacional de Elecciones, a cargo de los recientes comicios, no completó el número de sus miembros, como impone la ley?

Ahora conocemos, por boca de un fiscal supremo, que la decisión de la mayoría de los cuatro integrantes del Jurado Nacional de Elecciones JNE -proclamar presidente al postulante del lapicito- fue decidida desde enero.

Desde 2006, cuando Humala introdujo aquel virus chavista que luego, en 2011, dejase congelado bajo el juramento que prestó a Vargas Llosa, lo que viene ocurriendo en el Perú es que ha desaparecido el Estado de Derecho. Eso que los británicos llaman The Rule of Law, que no es otra cosa que privilegiar el precepto de la ley para normar la conducta de la sociedad.

La coyuntura no puede ser más reveladora. ¡Y además explosiva! El Jurado Nacional de Elecciones JNE ha alcanzado tal grado de descomposición que no hay posibilidad alguna de confianza en él. Menos para cederle la responsabilidad de supervisar unos comicios que definirían si Perú se alinea a la camorra chavista; o si sigue en las orillas de la democracia occidental.

El falsete presidente interino Sagasti –impuesto por la izquierda chantajista que usó la justa y, por cierto, constitucional remoción de la presidencia del miserable Vizcarra para tomar el poder, so pretexto que el Parlamento había provocado un golpe de Estado– dice que “las elecciones se han desarrollado de manera impecable.” Coincide en ello con la proclama del imperio norteamericano.

La razón de ser del Ministerio Público está escrita en piedra. Consiste en “prevenir y perseguir el delito, defender la legalidad (la ley), velar por los derechos del ciudadano y los intereses públicos tutelados por la ley; representar a la sociedad, al menor y la familia en juicio; velar por una recta y efectiva administración de justicia”.

Habló el imperio norteamericano. Ese al que tanto detesta la izquierda. En particular la sudaca.

Escribimos ayer sobre el impresentable Jurado Nacional de Elecciones JNE, investido por la Junta Nacional de Justicia inventada por el miserable Vizcarra para producir un Estado a su imagen y semejanza. Vale decir, aún mucho más autocrático, vulnerable, abusivo y pervertido que el que heredó de Kuczynski, su patrocinador.

Es evidente que nos encontramos en medio de la mayor estafa electoral que recuerde la historia contemporánea. Si bien el responsable de organizarlas ha sido el Jurado Nacional de Elecciones JNE, en el trámite han intervenido igualmente ONPE y Reniec. Hablamos entonces de una trilogía que ha destruido la confianza nacional fraguando un proceso signado por la trampa organizada.

Comentábamos ayer la frustración que produce siquiera imaginar que la lacra caviar siga mandando en nuestro país, tras más de dos décadas de autocracia. Continuamos los peruanos siendo meros conejillos de estos cafres que se apropiaron del país sin el voto popular. Porque sin permiso suyo, amable lector, controlan la vida, hacienda y voluntad de 32 millones de ciudadanos.

La verdad es que somos un país prisionero de la dinastía caviar, entronizada a raíz de su actuación hacia finales de los años noventa para acabar con el régimen de Alberto Fujimori.

Estas elecciones son reflejo del régimen podrido que gestó el impresentable Vizcarra, cuyo paso por la gobernación moqueguana estuvo cargado de corrupción. Entre tanto, como presidente se autoproclamó ex profeso, líder de la lucha anticorrupción, pese a que existen grabaciones que lo muestran en palacio de gobierno urdiendo un entramado para esconder evidencias ante la Justicia.

El país está como está, polarizado, crispado, próximo a estallar, por culpa de la prensa canalla. Unos infames medios de comunicación vendidos al gobierno de turno. Desde Toledo, pasando por Humala, Kuczynski, Vizcarra y Sagasti.

Parece mentira que estemos en ese mismo país adonde, apenas cinco años atrás, la izquierda sólo existía para uno de cada seis electores. Entonces la economía andaba sobre ruedas; las expectativas de la población eran proactivas; y la gente vivía en total libertad. Estaba recién electo presidente -en disputada segunda vuelta- Pedro Pablo Kuczynski. Triunfó por menos de 50,000 votos.

Violando la Carta y la norma, en plena crisis nacional Sagasti maniobró, sin éxito, para conseguir que Keiko Fujimori “desista de reclamar” la votación que recibiera, y que el comunismo maniobró para desnaturalizarla.

“No entiendo con qué criterio el JNE, a las cortas horas, anula su decisión (unánime, para prorrogar el plazo para la presentación de las inconsistencias en la votación). Se supone que el JNE es la máxima autoridad y debería proceder con tiempo, sin alarmar al público. Creo que ha fallado.

Seguimos en esta farsa electorera, convocada desde un inicio con graves evidencias de direccionalidad; temerariamente ejecutada por un jurado INCOMPLETO en el cual, además, su presidente –comunista y defensor de terroristas- ejerce el doble voto sin el menor empacho. ¿La razón?

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