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Luis García Miró Elguera

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Luis García Miró Elguera

En agosto 2014 Ana Jara -entonces primera ministra del régimen Humala- se presentó ante el Poder Legislativo para exponer su programa de gobierno y solicitar el voto de confianza.

El centro medular del raciocinio del primer ministro Salvador del Solar sobre la crisis actual que ensombrece al Perú es que la culpa de todo es culpa de “todos”. Vale decir, es culpa de nadie.

¿Tan bajo ha caído este Congreso que está a punto de claudicar ante sus verdugos? Verdugos que montaron una mascarada para desacreditarlo, vilipendiarlo y dinamitarlo dejándole así la cancha libre al Ejecutivo. Un Ejecutivo secuestrado por la progresía marxista que dirige a la concentración mediática que emprendió aquella devastadora cruzada contra el Parlamento.

Van transcurriendo dos años y ocho meses de gestión de la dupla Kuczynski-Vizcarra y el Perú no deja de retroceder. Porque crecer dos y algo porciento anual es eso. Pero no solo hablamos de la regresión de nuestro progreso.

En noviembre 2016, el entonces vicepresidente y ministro de Transportes Martín Vizcarra prometió que el régimen Kuczynski invertiría S/.2000 millones en infraestructura -postas médicas, escuelas, comisarías, etc.- distribuidos entre las 39 comunidades nativas ubicadas en el corredor que une Las Bambas y Matarani.

Esta semana se presenta en el Congreso el gabinete Del Solar para proponer su programa y pedir la confianza de la representación parlamentaria. Un ritual que manda la Constitución y que, a no dudarlo, implica una mera formalidad rodeada, eso sí, de altísimo contenido político.

Nuevamente el Poder Ejecutivo manipula al Ministerio Público con fines absolutamente políticos y quebrantando, sin el menor empacho, los preceptos legales que deberían sostener el Estado de Derecho en este país.

La semana anterior el primer ministro Salvador del Solar se propuso especular sobre la grave coyuntura de inseguridad ciudadana que hay en el Perú. Fundamentalmente en Lima.

Como siempre, a la hora undécima reacciona –más propiamente, sobrerreacciona– el Gobierno, cuando ya las papas vienen quemándose. Claro. Esto ocurre cuando quien ejerce la jefatura del Estado no es un estadista sino un improvisado.

Precisamente en este momento el Poder Judicial está evaluando el convenio suscrito entre los fiscales Vela/Pérez y la corrompedora Odebrecht.

La clase pensante peruana ha desaparecido. Al menos claudicado, frente a una coyuntura grave. Prefiere soslayar las cosas para evitar encontrarse con la realidad. Una verdad que pone los pelos de punta a cualquiera. Claro. A cualquiera que no forme parte de esta sociedad embobada por el juego perverso de una progresía marxista que la engaña. ¿Cómo así? Haciéndole creer que todo seguirá igual.

El 22 de enero de este año la ONPE contrató a Fernando Tuesta Soldevilla para que preste servicios especializados de asesoría en materia electoral. Tuesta es, también, el personaje que ha designado el presidente Martín Vizcarra para presidir una comisión de reformas políticas. Esas reformas abarcan áreas tanto electorales como constitucionales.

Vivimos tiempos de gran tormento y desasociego por culpa de algunos infelices gobernantes que llegaron a la Casa de Pizarro aupados por campañas electorales pagadas con el dinero de tantos corruptores quienes, de esta manera, consolidarían sus esperanzas a través de unos miserables –trajeados de jefes de Estado– que aprovecharon para robarle a los peruanos favoreciendo vilmente a sus financista

Para los peruanos humildes, tan corrompido es aquel que roba al Estado millones de dólares vía soborno como el que recibe prebendas del gobierno a través del cobro de “asesorías” repartidas a la medida de los “asesores” elegidos por el poderoso de turno.

La corrompedora OAS tiene la insolencia de quejarse expresando preocupación por la inseguridad jurídica de los pactos a los que pueda llegar con la Fiscalía de la Nación y la Procuraduría del Perú, en referencia al proceso de colaboración eficaz que intenta suscribir con el Estado peruano.

Vivimos tiempos de gran desconcierto, falta de (o pésimo) liderazgo, hipocresía a flor de piel, falacias a toda hora, permanentes robos al Estado, etc. Una tristísima realidad que nadie podrá negar, por más que hagamos el esfuerzo de intentarlo para no caer en depresión colectiva. Al final del día, un país se comporta a la altura de miras que le establecen sus autoridades.

Nuestra mayor barrera como país viable es que la cobardía, incapacidad e idiotez de sucesivos gobernantes ha institucionalizado la informalidad como medio de existencia. A tal extremo que más del 70 % de nuestra economía –y posiblemente un porcentaje semejante de la vida cotidiana del peruano– funciona al margen del Estado.

El politicocorrectismo viene marcándole la pauta al Perú desde que lograra “convencer” a la mayoría de peruanos que eligieran como presidente a un tipejo apellidado Toledo.

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