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Harold Alva

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Escritor, editor y analista político. Ha publicado una veintena de libros, entre los que destacan Lima: la épica del desastre (2012) y Ciudad desierta (2014). Dirige los Seminarios Abiertos de Formación, Editorial Summa y el Festival Internacional de Poesía Primavera Poética.

Lo conocí en 1986. Fue mi primer contacto con la política. Yo tenía ocho años y quedé con el recuerdo de aquel joven Presidente. En los noventa, el fujimorismo hizo de su nombre un estigma, una leyenda negra que se acentuó cuando lo declararon reo contumaz y la prensa daba cuenta de los informes de la comisión que integró Lourdes Flores Nano, Fernando Olivera y Pedro Cateriano.

Mi padre fue policía. Me independicé a los 21, pero viví con él su último año. Una noche del 2008 sentí un extraño impulso por leerle. Necesitaba leerle, necesitaba que mi padre escuche lo que había escrito durante los últimos nueve años. Empecé a buscar un poema. Revisé la memoria de mi teléfono y no encontré nada a la altura de aquellos nueve años de ausencia. Mi padre me tomó del brazo.

“Ese señor con pinta del ingenioso hidalgo de La Mancha es Manuel Pantigoso”, pronunció Ricardo Solano, señalándolo, aquella noche de 1996, en Trujillo. “Es el presidente del jurado de los juegos florales”, puntualizó Luis Robles. Yo acababa de cumplir 18 y estaba seguro que mi poemario ganaría aquel concurso. No fue así.

Un Poeta en el Perú es alguien que sabe que el suyo es un oficio que puede abandonar cuando la realidad lo asalte y las cuentas de teléfono, de alquiler, de agua o de los hijos se impongan como un llamado de atención a la prudencia, pero qué Poeta es prudente. Lo usual es que un Poeta no mida, no planifique, no proyecte sobre lo que lo tiene concentrado frente a la página.

Canillita, primero. Fundador de diarios, después. Hijo y nieto de activistas de izquierda y periodistas autodidactos. Creció en un ambiente donde la lucha social fue la columna vertebral de su formación intelectual y política.

Escribo desde Chiriaco, localidad del distrito de Imaza, provincia de Condorcanqui, región Amazonas.

Mi generación creció con la leyenda de Javier Heraud, el poeta guerrillero asesinado en Madre de Dios. Cuando ingresé a la universidad y me enteré que uno de los finalistas del primer concurso El Poeta Joven del Perú sería mi profesor, fue como si la literatura me premiara.

“La infancia es nuestra primera patria”, afirmaba Romualdo, el poeta de La torre de los alucinados.

AQP

Visito una ciudad para reconstruir sus mapas. Retorno ahora de Arequipa como quien ensaya un trazo sobre la panamericana. Pienso en los tres días recorriendo sus portales, asombrándome con sus edificaciones de piedra, reinterpretando la lluvia mientras me preguntaba sobre la magia del Misti y su habilidad para desaparecer que me entregó la más profunda ausencia en Yanahuara.

Su nombre suena a leyenda. “Tulio Mora”, lo pronuncié por primera vez en Tumbes, en casa de don Rigoberto Meza, cuando me obsequió la antología de Alberto Escobar. Yo tenía trece años y la inquietud de un fauno.

Hace algunos días se hizo pública una denuncia sobre el cierre intempestivo de una exposición de pinturas inspiradas en la práctica de Falun Dafa, la tradicional disciplina milenaria china de la escuela Buda, proscrita por el gobierno chino. Lo grave radica que la censura sucedió en una de las salas del Ministerio de Cultura.

JFC

Conocí a Juan Félix Cortés en 1995. Yo fui uno de los participantes de un concurso de pintura en homenaje a César Vallejo. Juan Félix era presidente del jurado.

Conocíamos al crítico. Conocíamos al investigador, conocíamos al docente, al académico. Sabíamos que en su juventud compartió grupo literario con Luis La Hoz y Nicolás Yerovi, pero muchos olvidamos al poeta, al representante de una generación que hizo del modo anglosajón un recurso para incorporar lo cotidiano en versos que marcarían una época.

Querido Arturo, voy camino a Chaclacayo. Acabo de salir de Evitamiento. Ingreso a la autopista Ramiro Prialé. Voy solo. Voy sin mi Haruko, sin esa forma tan suya de sonreír, sin su: “qué lindo, vamos a visitar a Rosi y Arturito”. Siento nostalgia, Poeta. Recuerdo cuántas veces nos confundimos contigo en el volante por esta carretera. “Viejo, esa es la Atarjea?” Sí, te respondía.

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