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Raúl Mendoza

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Allí donde el Quijote no vio molinos de viento sino monstruos, verás miedo y correrás. Él verá la oportunidad de batalla, porque de eso trata ser caballero, como cuando de niño jugabas a la “guerrita” y eras héroe. El caballero de la triste figura veía en una grotesca mujer a una bella y dulce dama y en la posada un castillo.

Como Gregorio Samsa (La Metamorfosis, Kafka), lo extraño puede no sorprender. Él se convierte en un insecto, pero para la familia es como si se hubiera levantado con gripe. Es un escenario en el que es fácil creer cualquier cosa porque cualquier cosa es posible y nadie se sorprende. Literatura.

El psicólogo Karl Albrecht se refiere a cinco miedos: la muerte, el encierro, la soledad, la mutilación y la vergüenza. Cuando llegas a los cuarenta el tema se reduce a la muerte y más si una pandemia te persigue y las redes se convierten en obituarios. Le corremos a la idea y envidiamos a los perros, que no saben que morirán.

Decía un político que no se puede programar ser presidente, pero en relativo alcance sí se puede ser parlamentario o ministro. A veces tener vínculos o preminencias partidarias en un sistema que no escapa de lo que Robert Michels llamaba “la ley de hierro de las oligarquías” da lugar a cualquier cosa.

Parece que en los últimos tiempos todos los que hacen arte saltan porque el artista es el que tiene pergaminos, títulos, honores universitarios. Si los médicos se llaman “médicos” porque los avala una carrera universitaria, ¿por qué no?

Le das poder sobre ti a aquello que temes, le das poder a aquello que odias, a tus rencores, a tu memoria. Quizás no logremos nunca entender que el exterior esclaviza al interior y que allí donde ponemos la atención nos encadenamos.

También le damos poder sobre nosotros a quienes nos cargan con culpas, a las palabras de los otros, a esa obsesión por siempre quedar bien.

A nadie podrás apreciar como a la “loca de la casa”, esa que no conoce límites y te conduce por donde quieres. Estás encerrado por ley o porque tu salud entra en condición de riesgo; como fuera te espanta más lo que hay afuera que adentro.

Ya se sabe que desde Corín Tellado hasta las telenovelas decimonónicas, la cultura del amor ha sido un engaño. No es como lo pintan. El galán y la heroína vencen todos los obstáculos y, fatigados y al fin de la batalla, se casan con un “Fin” sobre la pantalla; cuando no es la boda, es el “cinco años después” con los niños agitando la habitación cuan palomas blancas.

De seguro la peste y el espanto nos dan una lección sobre nuestros miedos. ¿Alguno no ha temido volar? ¿Quién no temió ahogarse en el mar? ¿Se te dio con que si el ascensor se detenía en seco morirías boqueando? Sin embargo, nunca estuvimos más seguros que cuando no creíamos estarlo. Por eso “Un mundo feliz” nos retiene en el pasado (vale hurtarse el título de

Winston Churchill fue un líder anímico, de los que inspiran a una nación. Arengó en la guerra: “Llegaremos hasta el final; lucharemos en los mares y océanos; lucharemos con confianza y fuerza en el aire; a cualquier costo; lucharemos en las playas; lucharemos en los aeródromos; lucharemos en los campos y en las calles; lucharemos en las colinas; no nos rendiremos...”.

Quizás hayas temido alguna vez enfermarte, perder el empleo o morir; situaciones límite que nos arrastran porque, de alguna manera, “fuimos arrojados al mundo”. Memento mori (recuerda que morirás) es una frase que acompañaba a los generales romanos para que aterricen y no se vanaglorien.

En “El arte de pensar”, de Rolf Dobelli, hallamos cincuenta y dos errores muy comunes en el uso de la lógica cotidiana. “A todo lo que es estridente o ruidoso le atribuimos una probabilidad muy elevada”. Millones de personas mueren calladamente de alguna enfermedad particular en el mundo, usted no piensa a menudo en eso, esté o no esté enfermo.

Nada describe mejor a la Peste Negra de 1347-1353 que la pintura de Brueghel, “El triunfo de la Muerte”. Tras la hambruna y una gran guerra el mundo parecía destruirse y no fue el azar, fue (si no lo sabe) la primera guerra bacteriológica.

Todo lo medimos solo en función de lo que nos gusta a nosotros, pero no funciona en sociedad. Existe una palabra: “sintonía”. Las opciones de un amor se reducen notablemente si es que de lo que se trata es de sintonizar con una o uno.

Definitivamente la Psicología no es para paños. Sin embargo, a veces, leer el Quijote, el clásico de la locura, lleva a creer que ver lo que no hay y creerse lo que no se es, puede ser más curativo que raspar la herida en el diván. El hombre, hábilmente asistido por su terapeuta, acude todas las semanas a aquel consultorio con un interés: hablar de una vieja mala relación con su padre.

El materialismo racionalista reside en creerse el cuento duro que la realidad lo es todo. Quizás hay más conocimiento “encriptado” de lo que todo sujeto ocupado pueda suponer. El gran problema de la fe que obra milagros es que vivimos presos de la duda. Al menos para eso me sirvió la Filosofía, para dudar, para no aceptar siquiera los paradigmas de la ciencia (ya lo dijo Popper).

Nadie entendía para qué sirve una Constitución. La rompieron y la quemaron. La Guardia del Rey persiguió a los judíos. Johannes IV ahora administraba las cuentas, juzgaba los casos, resolvía los problemas y decidía sobre la vida de sus súbditos, pero a mí no me importaba.

El 90% de los males que asumimos no ocurrirán. El miedo causa (aún más que la genética) el grueso de las enfermedades temibles. El miedo desencadena el stress que libera sustancias que dañan el organismo. Si lográramos ver que las emociones malas producen males orgánicos, nos preocuparíamos en montar hospitales para la salud emocional.

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