Como suele pasar con toda expresión masiva que encarna un enojo o repudio, lo ocurrido en Chile ha dado pie a innumerables interpretaciones dentro de una gama muy ancha y a veces francamente ridícula.
César Campos R.
Periodista Profesional y colegiado, egresado de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Con más de 35 años de experiencia como director y editor de diversas publicaciones nacionales, director y productor de programas radiales y de TV.
Todavía resuena y se debate lo dicho por el presidente de la oficialista Asamblea Nacional Constituyente de Venezuela y líder del Partido Socialista de Venezuela (PSUV), Diosdado Cabello, el pasado 8 de octubre: “estos días ha habido una brisita bolivariana por algunos países, como Ecuador, Perú, Argentina, Colombia, Honduras y Brasil... Una brisita”.
La acción penal impulsada por el procurador de la Presidencia del Consejo de Ministros contra Pedro Olaechea y los miembros de la Comisión Permanente del Congreso –como respuesta a la demanda competencial que el primero presentara ante el Tribunal Constitucional el pasado jueves 10– prueba de manera indubitable el ánimo autoritario, fascista y avasallador de los mínimos preceptos democráticos q
Nada me aparta y –por el contrario– todo me confirma la sibilina imagen política del ingeniero Martín Vizcarra, descrita en esta columna desde que cumplía tareas como ministro de Transportes y Comunicaciones.
He recordado que, a despecho de su discapacidad visual, el líder aprista Luis Alberto Sánchez (vicepresidente de la República, presidente del Consejo de Ministros, dos veces presidente del Senado, rector de la Universidad Mayor de San Marcos y Diputado), escribió en sus voluminosas memorias “Testimonio Personal” una cita valiosa para entender el curso errático de la vida republicana del Perú: “
No llama la atención que el presidente Martín Vizcarra –aferrado como está a la medianía de su trascendencia política y a la pobre articulación gubernamental– busque por calles y plazas el fácil aplauso de las masas, halagándolas como aparentes depositarias de una sólida determinación para propiciar el anhelado cambio de estructuras y así levantar un nuevo país libre de corruptelas, enjuagues p
Nada como la semana que termina para haber sido pródiga en efemérides universales de gran exaltación, sea por hechos tristes, deplorables, constantes o positivos.
La liliputiense marcha del jueves 5 convocada por diversos “colectivos” para repudiar a la clase política y pedir el adelanto de las elecciones al año 2020, toma la temperatura a esa expresión amorfa de la ciudadanía que, si bien tiene todo el derecho a manifestarse, igual debe someterse a escrutinios muy estrictos de evaluación.
Escuchamos en estos días de convulsión el argumento de que la crisis política actual puede tener una salida similar a la del año 2000, luego del escándalo del video Kouri-Montesinos, la fuga del entonces asesor presidencial y del mismo jefe del Estado, quien renunció a su magistratura vía fax desde Japón.
Leo la crónica del colega Fernando Vivas sobre César Vizcarra Cornejo, quien ha sido citado por la Comisión de Fiscalización del Congreso para el próximo 6 de septiembre para responder por las relaciones de la empresa CyM Vizcarra Contratistas con el consorcio Conirsa, integrado –entre otros– por Odebrecht y Graña & Montero.
Lo que nos dejó la semana política inmediatamente después al fiasco de Tía María y la publicidad de la vergonzosa capitulación de Martín Vizcarra ante el gobernador de Arequipa, es una puerta abierta hacia el anarquismo y la radicalización de los actores políticos, sin viso alguno de retorno al centro de la mínima convergencia.
Como muchos, he convertido en mi favorita la serie “Imperio Salvaje” que difunde Nat Geo Wild por cable.
Al asumir la presidencia del Congreso, Pedro Olaechea recordó la conocida frase de Nicolás de Piérola en la cual califica al Perú como “un país de desconcertadas gentes”. Pero hay otra que le atribuyen al mismo caudillo del partido Demócrata –dos veces presidente de la República– más radical y venenosa: “el Perú es el país de los hechos consumados”.
“Lo único cierto es que el Perú ha perdido la brújula en la atracción de inversiones, el crecimiento sostenido, la satisfacción de los consumidores y otros aspectos estructurales e institucionales urgidos de cambios”.
“En política hay que votar por el mal menor”, dijo Mario Vargas Llosa el último viernes 19, en la Feria Internacional del Libro. Sin atisbo de autocrítica, nuestro Nobel de Literatura ensayó una justificación al voto que propició entusiastamente por Alejandro Toledo (2001), Ollanta Humala (2011) y Pedro Pablo Kuczynski (2016) para que accedan a la presidencia de la República.
El viernes 12, el segmento del programa N PORTADA de canal N denominado “Así es la nuez” comentó el doble mensaje de la parlamentaria fujimorista Karina Beteta en torno al proyecto minero Tía María, quien pocos días antes había demandado al presidente Martín Vizcarra “ponerse los pantalones” para concederle la licencia de construcción al mismo, pero que luego no tuvo empacho en posar para las c
Debido a las fiestas patrias, el mes de julio suele partirse entre días de intensa agitación y de modorra generalizada. Hace dos décadas y más, llegaba a ser de suspenso porque un discurso presidencial pletórico de paquetazos económicos o medidas sísmicas (como la estatización de la banca) relativizaban los afanes vacacionales de la gran mayoría de peruanos.
Desalienta mucho que el país siga penetrando –y muy rápido– a la dimensión complaciente de los fuegos artificiales o las estrategias elusivas. Que todos los huevos puestos en la canasta de una reforma judicial con evidentes tropiezos y otra política cargada de intereses cruzados, oculte el deterioro del aparato estatal en sus diferentes aristas.