ÚLTIMA HORA
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Jorge Alania Vera

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Por designio de los dioses, el ganado de Augias, rey de la Élide, se convirtió en el más numeroso de la Grecia milenaria y sus establos, en los más grandes. En esa tierra mítica, Heracles -Hércules en la mitología romana- asombraba a los dioses y a los hombres con su colosal fuerza.

Lo compré con mi primer sueldo de profesor suplente del curso de literatura en un colegio que ya no existe y hasta ahora lo tengo, apenas deteriorado por el paso de los dedos sobre las hojas y una que otra pequeña mancha amarilla que el tiempo ha ido dejando en algunas de sus 1,161 páginas: Las Obras Completas de Jorge Luis Borges, de EMECE Editores.

Su primer poema -que es la dedicatoria- tiene sólo dos versos: “A mi hijo Juan Ignacio, arjé de mi universo creativo”. El hijo amado y la poesía frente a frente. La poesía que “no se escribe/ Navega en el estruendo del silencio/ Flota en el murmullo callado de los árboles/ Detrás de cada montaña/ En el serpenteo del agua /Danzante cual Nereida montada/En augustos delfines.”

Soy un muerto y vengo de la vasta memoria del olvido. Busco a mi padre en este páramo de piedras y de polvo que se llama Comala y en el que ciertamente vivió pero en donde casi nadie lo recuerda. Yo tampoco lo recuerdo, mas eso no importa ahora. Mis ojos están secos; advirtiéndolo, mi madre me entregó los suyos para ver.

Debo agradecer la gran labor cultural y de promoción de la poesía como creación y resistencia, que hace Harold Alva. Incansable en la publicación, en la coordinación de recitales y presentaciones y en la comunicación a través de las redes sociales, nos ofrece permanentemente la obra de poetas nacionales y latinoamericanos.

Flota, cisne, flota le gritó Francis Scott Fitzgerald a Zelda Sayre unos instantes antes del naufragio. Pero el ave de sus sueños y de sus soledades no flotó. Como Jeanne Hebuterne( el cisne de Modigliani) se ahogó en el lago de la desesperación y la locura.

Todos hemos visto en nuestros celulares o en la televisión, esa inaudita explosión que asoló hace unos días el hermoso puerto de Beirut.

Ya la gente no aplaude en los balcones al comenzar la noche. Nos hemos acostumbrado al desvarío de una peste que asola las ciudades casi sin que las ciudades lo perciban. O lo percibimos entrañablemente y no nos damos cuenta porque queremos escapar, huir todo lo que podamos de la adversidad.

“Oh Allah, Tú que tienes 99 nombres, todos bellos, escucha a tu hijo Jihad Al-Suwaiti, de Beit Aww, Palestina, dirigirse a ti para pedirte por su madre Ramsi.

Con unas palabras liminares del excelente poeta nacional y presidente de la Academia Peruana de la Lengua, Marco Martos, y con una crítica y poema de contratapa del poeta Róger Santiváñez, aparece el primer libro de Carla Vanessa bajo el sugerente título de Sueños de Carla. Bergantín es el sello editorial que la cobija, del que nos promete conocer su historia más tarde.

¿A quién le importa un cochero en tiempos de pandemia, en donde no hay cocheros sino ataúdes que desfilan inadvertidos mientras la vida sigue?¿Para quién suenan las campanas de la Iglesia del Salvador de la Sangre Derramada del canal de Griboedova cerca del parque del Museo Ruso y la Avenida Nevski, en donde el zar Alejandro II de Rusia fue asesinado en marzo de 1881?

Más de doscientos maestros han muerto en el país por el coronavirus. Se han ido en silencio, sin el timbre de los recreos y la bulla de sus alumnos. Aleccionados por sus propias y sencillas tareas: revisar, corregir, preparar las clases.

En el gran tema de la salud mental, muchos y en todas partes del mundo afirman que la cuarentena es una crisis aguda, dramática, de efectos devastadores.

Ya no eres una niña, sino una joven trabajadora e impetuosa. Pero cada vez que escucho ese dorado himno, te evoco María Luisa, An die freude, con tu pequeño violín, tratando de revelarme la sencilla alegría de las cosas. Es una oda pero, sin duda, ha perdurado porque es un canto de amor.

Una exclamación conmueve al mundo en estos dramáticos momentos: “No puedo respirar…”. Desde el silencio casi sepulcral de los hospitales y, en muchos casos, de las mismas casas de los infectados, un hombre o una mujer abatidos por el Covid-19, le dice a sus más allegados o a los médicos y enfermeras de turno: “No puedo respirar…”.

Conmueve ver a personas generalmente jóvenes, aunque suele también verse de toda edad, atrapados -esa es la palabra- en relaciones íntimas que los van minando poco a poco, haciéndolas víctimas, como dice la psicóloga española María José Roldán, de un “dolor emocional que puede llegar a destruir todas sus partes sanas hasta que no quede nada más que el vacío.” Son los amores tóxicos.

Me emocionó su foto con la bandera peruana desplegada en sus manos, antes de descender del avión que lo llevó a Iquitos en donde se quedará dos semanas, afrontando, con un equipo de valerosos profesionales de la salud, lo peor de la pandemia y en su epicentro nacional.

Un inmenso estupor es lo que ha causado la condena a muerte del autor del asesinato de 19 discapacitados mentales en un hospicio del Japón, la mayor matanza cometida en ese país desde 1945. No solo por la crueldad y la violencia del crimen sino por las motivaciones que alegó el múltiple homicida.

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