ÚLTIMA HORA
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Sixto Sarmiento

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Pareciera que la buena literatura viaja por todo el mundo haciendo escala en tierras peruanas y luego en París. La Ciudad Luz inspiró a Vallejo, Ventura García Calderón, Vargas Llosa, Ramón Ribeyro, Bryce Echenique y a muchos otros peruanos que enriquecieron sus obras. En este siempre soñado pero difícil escenario, el escritor Porfirio Mamani, se abre paso a costa de mucho sacrificio.

Recuerdo unas vacaciones soñadas cuando mamá me regaló una inolvidable estadía en un paraíso envidiable llamado Sayaccmachay, un vergel en las afueras de Lucanas al cual mis tíos Cirilo y Aurelia le dedicaban todo su esfuerzo, allí encontré un hermoso libro titulado Pintadita la vikuña , de Alfonsina Barrionuevo.

Por sus rutas caminé infinitas veces. Hoy la siguen recorriendo los niños del pueblo. A cada paso estás a un suspiro del cielo y a una mirada del paraíso: son senderos de ensueño por donde transitas siempre hacia adelante y hacia arriba, aunque vayas descendiendo.

Cómo no querer volver a los 17, cómo no recurrir al amor para seguir soñando con un mundo justo, con una patria grande.

Durante una semana celebramos la fiesta de la palabra con unos seres que parecen de otro planeta: son poetas que andan soñando mundos nuevos y mundos justos; son poetas atrevidos y tercos que no aceptan crudos y grises inviernos; son poetas armados con un lapicero y que pregonan incendiar las mentes con sus versos; son poetas que andan abonando el latido de corazones que palpitan a un mundo jus

Lo escuché por vez primera Interpretando una alegre marinera en el patio del Instituto Gilda Ballivián Rosado, mientras los pies descalzos de Zuly Azurín arrancaban polvareda retando a la guitarra del maestro. Sus dedos acariciaban las cuerdas de su guitarra haciéndolas trinar.

En mis años juveniles, en mi comunidad, solíamos decir “pichín” para expresar una negación, rechazo o desaprobación de algo. Apenas llegado a Lima, recuerdo bien que conminado por la maestra del colegio, respondí con un rotundo PICHÍN.

Esta muestra rescata, de cada uno de los artistas, las experiencias oníricas desde una perspectiva surrealista. Sus obras son dibujos colectivos, una fusión de sensibilidades con una ausencia total de jerarquías

Melacio Castro Mendoza está de visita en nuestro país, un cajamarquino de corazón quien nació por accidente en Caín, en las cercanías de Chepén. Un escritor de fina pluma con un vasto trabajo literario recorre silencioso las librerías de Europa.

Libros por aquí, libros por allá, cuidadosamente apilados como variopintas tanta wawas; poemas por aquí, cuentos por allá y novelas más allá como el testimonio de nuevos gritos libertarios de la patria tallados sobre piedra de Huamanga; niños por aquí, jóvenes por allá, señores más allá entrando por las cuatro esquinas de la plaza buscando un poco de calor y mucho alimento para el alma.

Libros por aquí, libros por allá, cuidadosamente apilados como variopintas tanta wawas; poemas por aquí, cuentos por allá y novelas más allá como el testimonio de nuevos gritos libertarios de la patria tallados sobre piedra de Huamanga; niños por aquí, jóvenes por allá, señores más allá entrando por las cuatro esquinas de la plaza buscando un poco de calor y mucho alimento para el alma.

Una sábana inquieta de frondosos algarrobos anuncia mi arribo a Catacaos. “Verde era el llano y azul el silbido de los pájaros”, escribió Julio Yovera; la descripción es exacta y me invade la melancolía a tiempos ancestrales.

No todos tenemos la fortuna de estar en contacto permanente con jóvenes, accedo a sus sinceras expresiones por mi labor docente. El viernes último se acercaron para saludarme por el Día del Padre, agradecido por el gesto envié mis saludos para los suyos. Uno de ellos de apenas 19 años, de mirada parca, me respondió: “Yo tengo un papá de mentira”.

“Palabras palibros/palabrejas palabrujas/palabritas y palabrotas”. Estas expresiones lo escuché, por vez primera, en la calmada voz del  maestro José Respaldiza en aulas de la Universidad Nacional de Educación “La Cantuta”.  Las  jitanjáforas circulan de boca en boca y pertenecen a la tradición de la sabiduría popular.

En campos baldíos, los vientos del sur, hace algunos años, danzaban libres, pregonando mensajes de vida en todas las direcciones.

Jorge Luis Borges escribió “Siempre imaginé que el paraíso sería algún tipo de biblioteca”. Ese mundo inmaterial, etéreo, llamado paraíso, resultó ser terrenal y palpable. En Ica, la fuerza de los libros se deja sentir, cual vientos paracas llevando bajo su torrente sabiduría y esperanza. El reino de los libros asoma para brillar en medio del desierto.

Vestidas en estricto luto, donde resaltan, en sus bien cuidadas trenzas, sus brillosas canas como hilos de plata, desde hace años están ahí, sentadas en un rincón, cubriendo su dolor con sus anchas polleras, lejos de los fríos asientos  ocupado por inquietos visitantes, la mayoría de ellos jóvenes que no entienden nuestro canto, foráneo para ellos.

Estimado Alfonso: escribo para contarte que en estos días la tierra extraña a las almidonadas gotas de lluvia que se inspiran en el sudor de los valientes como tú, para hacerla intensa y que en tiempos de sequía opaca el ego de agrios días.

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