ÚLTIMA HORA
PUBLICIDAD

Luis García Miró Elguera

Imagen
Luis García Miró Elguera

Habría que cantarle “Mambrú se fue a la guerra” al mandatario Castillo, tras el anuncio de su viaje a Nueva York, Washington y México. Porque para un recalcitrante marxista como él, pisar suelo norteamericano es tantear terreno enemigo.

Tipejos de la política sucia como César Acuña; los actuales dirigentes acciopopulistas; Hernando de Soto; y algunos más que, teóricamente, representan el pensamiento del centro político peruano actúan, hasta este momento, como traidores a su electorado. Y más aún. Se desempeñan como cabilderos tercermundistas, decididos a proteger sus propios intereses económicos, personales o lo que fuere.

¿Cómo es posible que sea tan escasa, ridícula –si no inexistente- la reserva moral del peruano, que admite tan sumisamente el ingreso y/o la salida de terroristas de palacio de gobierno, el Congreso, la PCM, ministerios, etc.?

¡La elefanta parió un ratón! En medio de la monumental crisis política, sanitaria, social, económica, etc., que atenta contra la estabilidad emocional y vivencial de los peruanos, el lunes por la tarde palacio de gobierno lanzaba un anuncio de Mensaje a la Nación a las 8.30 pm del presidente Castillo.

¡Perú se va al demonio a pasos agigantados! Por un lado, económicamente arruinado, socialmente inflamado y políticamente defraudado.

Bastaron treinta días para que el senderismo instalado en el Ejecutivo destruya veinte años de arduas, inteligentes decisiones; sacrificios del pueblo y perseverancia general que salvaron a un país entonces económicamente quebrado y socialmente devastado. ¿La razón?

La calidad del líder político la calibran su carácter, capacidad para gestionar, empatía, amor por la verdad, conocimiento, profesionalismo, entrega, moralidad, preocupación, respeto por quienes lo eligieron, devoción a la patria, actualización del conocimiento, pasión por el éxito, antagónico con la violencia, y gran talante concertador.

Primer mazazo en la nuca que recibe Castillo. Nada menos que de una calificadora de riesgos de la talla de Moody’s. Perú dejó de ser el oasis que fue para las inversiones extranjeras. Consecuentemente para las nacionales.

El infumable régimen Castillo tiene solamente dos reacciones frente al descalabro que viene creándole a 32 millones de peruanos. Primera: “La oposición me imputa falacias. Me terruquea”, alega cuando se le enrostran las verdades respecto a que casi toda la cúpula comunista que integra este autotitulado “gobierno”, mantiene vínculos directos y/o indirectos con sendero luminoso y/o mrta.

Las noticias diarias sobre los escándalos que surgen respecto al gobierno de Castillo -que impactan a la opinión pública local y repercuten en el mundo entero- no son sino una crónica policial en serie, que podría ser la trama de un drama tercermundista muy apetitoso para cualquiera de las productoras cinematográficas.

El nivel de desgobierno que embarga al Perú revela que estamos siendo víctimas de la destrucción del Estado. Y consecuentemente, de la descomposición de la sociedad. La culpa no es de nadie más que del esperpéntico régimen comunista que encabeza un improvisado profesor de primaria de exiguo nivel de aprendizaje.

La incapacidad es uno de los atributos que exhibe este esperpéntico régimen del dúo Castillo-Cerrón. Presidente, premier, ministros, alta burocracia, dirigencias partidarias, etc., forman una banda de incompetentes. Hablamos de gente -con esas taras severas tan características del comunismo- que tomó el poder gracias a un sujeto incalificable apellidado Salas Arenas.

¿Qué le costaba a los congresistas (no declarados marxistas) abstenerse en número suficiente para que el incalificable gabinete Bellido sólo reciba los necesarios votos de confianza parlamentaria –ni un uno más, ni uno menos- y obligarlo a andar con rienda más corta? ¡La respuesta es nada!

Hace veinte años que el corrupto Alejandro Toledo –el “cholo sano y sagrado”, según su esposa por segunda vez; el “indio de Cabana”, el “Pachacutec del tercer milenio”, como él gustaba presentarse- era un Pedro Castillo más.

Perú está partido en dos, enfermo, asustado, indignado, convulsionado. Frente a ello, la receta del régimen comunista es más incongruencia, más temeridad, más engaño, más populismo. Precisamente, el remedio contraindicado para salvar una nación que se encuentra al borde del caos más absoluto de su bicentenaria historia republicana.

El premier Guido Bellido mareó al Congreso y al país con su trabalenguas buenista. Destacó su arte para no decir nada, salvo lugares comunes. Aunque sembrando una bomba de tiempo con ese pedido de facultades extraordinarias, incluyendo la reforma tributaria. Lo hizo en casi tres horas de perorata.

El juego de tronos del gobierno para engañar al país -especialmente a la alicaída clase política- le ha servido para comprar tiempo y consolidar pronto el sistema comunista como régimen sociopolítico. Cumplirá ya un mes en el poder el gobierno de Castillo sin haber gestionado el Estado. Esto ha afectado muy gravemente la calidad de vida del poblador.

Bajo la estrategia del “bueno” (sombrero luminoso) y el “malo” (Cerrón y camaradas), mientras más próxima se encontrase la presentación del esperpéntico gabinete Bellido en el Congreso más fuegos artificiales lanzaría el marxismo para pescar a río revuelto. En medio de esa faena pesquera, una lorna picó el anzuelo: Keiko Fujimori.

PUBLICIDAD